Esta charla que lleva por título el del poema burlesco de Lope de Vega tratará sobre gatos —negros o no—, en la literatura y en las artes, y los sufridos felinos que han soportado la compañía de autores que los han convertido en personajes de ficción, cuando no obligado a posar junto a ellos en las fotos. Entre estos últimos, es probable que Laura Fernández mencione a los de sus admirados Stephen King, Philip K. Dick o Jack Kerouak. Gonzalo Torné destacará el valor simbólico de este animal, quizás recurriendo al misterioso gato de Cheshire de Lewis Carroll. Eso si consigue hacerlo a tiempo —«a veces, sólo un segundo»—, antes de que se esfume hasta dejar visible solo su inquietante sonrisa. No será por falta de ejemplos a los que recurrir. Hay infinidad de gatos memorables en la ficción.’El gato negro’ de Edgar Allan Poe, ‘El gato con botas’ de Charles Perrault. En pintura hay más gatos que ratones en Hamelin antes del flautista. Los de arqueados lomos de ‘Riña de gatos’ de Goya o el del feroz cuadro de Picasso con un pájaro en la boca. El gato más famoso del cómic es el incorrecto y underground Fritz, de nuestro premiado Robert Crumb, a quien su autor terminó por matar mediante un picahielos en el colodrillo que le clava una furiosa chica avestruz. En el universo Walt Disney destacan los sinuosos gatitos siameses que se mueven al unísono en ‘La dama y el vagabundo’. En el de la Warner, el desastrado Silvestre obsesionado con zamparse al insoportable Piolín. Y en cine, no olvidamos meter en la gatera al Jonesy de ‘Alien’, que mira con temerosa fascinación cómo se ceba el monstruo con el pobre Harry Dean Stanton y se pregunta, quizás, quién será el siguiente. Destripe: el gato sobrevive. (Como siempre.)
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